DE REGRESO A LA DOCENCIA
Por otra parte, me estaba energumenizando, digamos que ya me quedaba como media rayita de tolerancia para escuchar conversaciones sobre moda y cosas, sí, cosas, que es de lo que más se hablaba en la oficina; entonces, me llaman de una escuela para ofrecerme el puesto de profesora de filosofía y lógica; esta vez, un buen número de horas. Grupos grandes, clases muy temprano, pago por honorarios, muchos trámites en poco tiempo… ¿Y cuál fue mi respuesta? Simona la cacariza, ya están peinados pa’trás. Algunos días después dejé mi otro trabajo. Y no me agobió la duda. Me sentí libre, porque la libertad es algo que también se siente.
Estoy convencida de que la docencia es una buena trinchera, un oficio en el que se puede fomentar el pensamiento crítico y ayudar a los demás. Quizá mi creencia es errónea, pero hay un sentido en el que sé que no me estoy equivocando: esta decisión me hace sentir feliz. Además de divertirme, al dar clase pongo una parte importante de mí: de lo que creo, de lo que aprendí, de lo que deseo y por qué no: de mi cariño por la filosofía y por los preparatorianos, que tanto me recuerdan a mí en aquella etapa agitadísima de conocimiento y novedad.
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