Ignoramos la inexorable ley que preside las coincidencias.
Ambrose Bierce.
Tiendo a controlar las cosas pequeñas. Mis amigos arman cábula con eso, dicen que soy la organizadora oficial de eventos sociales, pues suelo convocar gente a fiestas, asignar fecha, lugares para sentarse, para dormir, y si en la madrugada alguien se queda dormido en el piso, lo despierto y obligo a buscar colchón y manta, qué no ni que no, le digo, se cubre porque de aquí la gente puede salir ebria pero jamás agripada. Asimismo, no estoy tranquila sin saber (o creer que sé) lo que haré al día siguiente; no se rían sus mercedes, pero mi agenda incluye imperativos como “comprar clips.” Combino mi ropa, ordeno las tazas por colores, archivo las rolas en carpetas y subcarpetas.
A pesar de mi manía con el control, me parece vana la pretensión de controlar aquellas cosas grandes que tienen que ver con los otros. Tampoco es que me haya resignado, porque la resignación es cabizbaja. La gente aparece, se va, vuelve, o aveces no vuelve. El azar hace lo suyo. Creo en el azar más que en la gente. Estoy aprendiendo a entregarme, alegremente y sin resistencia, a este impredecible flujo de encuentros, partidas, contradicciones y reencuentros. Al final todo es como una broma.
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