...DE CANASTA Y CON REBOZO DE BOLITAS. O AQUELLOS DÍAS DE ALEVOSÍA.
No fue Meno sino Memo el nombre de mi tío, que en un sentido estricto tampoco era mi tío, porque no me daba mi domingo, ni me entibiaba la leche y encima de todo se hacía pis en la cama. Aquel fue para mí un hermano, a menudo enfadoso y llorón como supongo que son los hermanos menores. Era habitual jalarnos las greñas, picarnos los ojos, soltarnos sopapos y una vez hasta me aventó el desarmador; sin embargo, también nos divertíamos mucho, especialmente cuando otros niños acudían a jugar con nosotros.
Si hubieses sido nuestro vecino recordarías aquellos juegos, la fuente con su fondo azulino y estrellado, el capulín, la bodega que guarda herramienta de mi abuelo, el columpio, carmín la azotea con todo y su chimenea y a doña Luz asomada, porque hubiese fiesta, juego o comilona, doña Luz estaba siempre ahí, dizque tendiendo la ropa, tuese y tuese como decía ella.
Además de la casa de espantos, nuestro juego favorito era el dentista. Acostábamos a los pacientes y les obligábamos a tragar toda clase de menjurjes, harina cubierta con salsa valentina, chocolate con limón, leche salada y cállese que los médicos somos nosotros. Porque éramos peleoneros mas no sonsos, sabíamos cuándo aliarnos, como aquella vez que so pretexto de jugar a los ladrones, colocamos una media en la cara de cada vecino para luego jalarla y verle la piel estirada, ora hacia arriba como chinito, ora hacia abajo como viejito; eso sí: nosotros no usamos media porque somos los policías. Si te sigo narrando las cosas alevosas que hicimos, no acabaría en diez cuartillas, por eso concluyo con lo que quizá sea la anécdota más representativa.
Figúrate que mi madre compró dos patitos, uno para Memo y otro para mí. Ahí nos tienes viéndoles flotar, de pronto a este tío se le ocurre sumergir su mascota hasta el fondo y al verle sacudirse nos botamos de risa. Bien que me daba asco la sensación de un cuerpo húmedo en las manos, a Memo le pedí que repitiera la maniobra con mi patito, complaciente lo hizo, ora el mío ora el tuyo ora el mío ora el tuyo y así hasta que mi abuela nos descubrió. Gritando se llevó a esas criaturas temblorosas y de plumas relamidas, para ponerlas de inmediato junto a la estufa.
He escrito esto a petición de Thomas, quien afirma que decirme conmovida ante una rata mojada no es más que hipocresía. Al menos yo no me valí de agua hirviente con jabón para eliminar colonias enteras de hormigas, dejando vivir las rojas y matando las morenas, viejas y malancas; eso es algo que sólo se le ocurriría a un niño alemán. Para la tranquilidad tuya, lector, y la de Thomas, los patitos no murieron. Con calor, té de flores y acupuntura, superaron aquella experiencia y en su adultez de pato fueron hermosos, fuertes y nacarados.