LA TROMPETISTA DE FALOPIO: septiembre 2008



martes, septiembre 30, 2008

EL SÍNDROME HULK (Y SU FIN)

"Qué es un adulto, sino un niño inflado de edad."
Simone de Beauvoir

Me identifico con Bruce Banner y su tragedia, por eso el otro día soñé que era un Hulk de plástico que medía como un metro. No se rían. En realidad es horrible perder la chaveta; sentir que el ritmo cardiaco se acelera, que cambia el color, se botan las venas ¡y reata compadre gallego! Punch, zaz, toing. Soy así desde que aprendí a hablar. Figúrense que cuando tenía dos años y mi papá me ordenó guardar los juguetes, contesté: “deja de estarme chingando,” frase que vaya a saber de dónde aprendí; por supuesto, no recuerdo aquel episodio, a pesar de lo cual no dudo que haya ocurrido.
La cosa es que pasé de las rabietas infantiles a los arranques de adolescente y “adulto,” arranques en los que siempre encontré un modo efectivo para lastimar; y lo mismo que Hulk, muchas veces he desconocido a quienes están enfrente, al menos en el sentido de olvidar que eran personas queridas, o que en otro momento habían hecho cosas buenas por mí.
Siempre he pretendido justificarme con el discurso de mira, es que una vez explotó una bomba gamma y quedé toda radiada y por eso cuando me hacen enojar me pongo así. Sin embargo, desde hace algunas semanas he estado pensando que no hay derecho a ser Hulk; más que pensar, tengo el deseo (y he decidido) no volver a hacer o decir cosas horribles, con el pretexto de que he recibido algo de la misma clase, o de que estoy enojada. Creo que por fin comprendí la máxima socrática de no ser injusto bajo ninguna circunstancia.

Ya entrados en gastos, quiero agradecer a alguien, alguien que desde hace tiempo me produce el deseo de ser una persona que construye. ¡Hey, macaco! Sabes que hablo de ti.

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miércoles, septiembre 17, 2008

LA LEY DE HERODES. O DE LOS PELIGROS DE VIVIR EN MÉXICO

Casi diario viajo en metro. En la estación de la que parto hay muchos puestos de periódicos; procuro no verlos, pues varios son amarillistas, de modo que en la portada tienen fotografías de muertos. En general, los cuerpos lastimados me producen náusea; pero los cuerpos mutilados intencionalmente, me producen muchas otras cosas que no logro expresar. No me acostumbro a saber cada día de los muertos por el narcotráfico y por bandas de secuestradores. Tampoco es que piense todo el día en ellos; escucho o veo algo, de pronto creo que lo he olvidado, luego me doy cuenta que es parte de mi vida, como ocurre con casi todos nosotros, pues sabemos que en cualquier momento podemos ser objeto de secuestro, o recibir una llamada para informarnos que alguien cercano ha sido secuestrado.
El asunto del narcotráfico es distinto. Cuando se vive en el defe aquello parece lejano. Uno escucha en el noticiario que aparecieron decapitados en otros estados, que hubo balaceras, que desaparecen los policías. No es que algo sea menos importante porque ocurre más lejos (eso es tan infantil, como creer que algo deja de existir porque no lo vemos), pero lo cierto es que en un nivel personal no afecta del mismo modo la granada que estalla en otro continente, que la que estalla en casa de un vecino.
El lanzamiento de dos granadas (que se llevó a cabo este 15 de septiembre en la plaza de Morelia) me ha conmocionado no por la cercanía geográfica, sino por otro tipo de cercanía: la condición civil del ciento de heridos y las decenas de muertos. En este país no sólo corre peligro el policía (y su familia) que trabaja contra el narcotráfico, ni corre peligro sólo el activista (recordemos el caso de los hermanos Cerezo y la condena de 67 años impuesta a los líderes de FPDT), ni sólo los hijos de empresarios; ahora también tendremos que temer los actos terroristas, es decir, aquellos que no distinguen clase, edad o ideas políticas; y que además escapan a la solución mediante la organización ciudadana.
En fin, hay muchas cosas de este tipo reclaman ser dichas; a pesar de que aquí no hablo demasiado acerca de ellas, hoy quise escribir esto, ya lo dijo Neruda: “porque no somos pájaros ni perros.”