LA TROMPETISTA DE FALOPIO: febrero 2007



jueves, febrero 22, 2007

DEL GOYA GOYA AL GUAYAYAYAY DE MÍ

Yo deseo obtener un título, estudiar un posgrado, rodearme de las vanidades propias del gremio, comprar un coche, costear mis absurdas necesidades de consumo, viajar y adquirir un departamento con perro y cornisas floreadas. Con embargo, no he puesto enjundia en lograrlo y para muestra basta un bolsón: curso el décimo y último semestre, cuando ocho son los que debí cursar. Pero me divierto. La he pasado bien. Primum vivere deinde philosophari. No hay mejor escuela que la vida y añada usted los lugares comunes que le vengan en gana.
De ser kantiana líbreme Dios y su ejército de arcángeles, pero cuánta razón tuvo el tal señor Kant al decir que quien quiere el fin quiere los medios, de modo que si alguien no toma los medios, en el fondo no desea el fin. Así como yo, cuando digo que deseo hacer esto y aquello y me quedo sentada papando moscas. Quizá en parte no quiero titularme, sino perpetuar la feliz condición de universitaria. Me dirá usted que podré comenzar la maestría en cuanto tenga el título en mi mano santa, pero saber tal cosa no me consuela, porque la vida de universitario es mucho más que el curso de materias optativas. Echar la chorcha en la cafetería, por ejemplo, es también parte de esa vida, así como tener acceso gratuito a archivos filmográficos, hacia los cuales, como alguien dijo, he desarrollado furor amoroso en estos días. Qué decir de los descuentos en el cine, teatro y conciertos, me hierve el hígado de piedras al pensar que no los he aprovechado. Y los libros, a veces me recomiendan alguno que voy y busco en la biblioteca, generalmente no está, pero no importa, porque andando en los pasillos encuentro otro ejemplar maravilloso.
Me gusta todo ello, tanto como el tiempo libre junto al espejo de agua o en las islas, donde he visto a compañeros poblar noviembre con sus ofrendas; me gustan los verdes cuadrados que están junto a rectoría, donde los mitines, o el paso, a veces moroso otras presuroso, de profesores, turistas, trabajadores, ciclistas, estudiantes; recostados están siempre los amantes y ahí, tendida también, he sentido que pertenezco a ese lugar de hormigueante movimiento, en el cual, desde hace medio siglo se realizan y acontecen las más extraordinarias cosas.
sábado, febrero 17, 2007

CON MIS LENTES SOCRÁTICOS. UN POST ASÍ BIEN DENSO

Aquí no suelo entrar en bochinches filosóficos y no crean que es por temor a que baje el raiting. La verdad es que más me divierto relatando, pues a diferencia de Ernesto Priani, no he aprendido a filosofar mientras me muerdo los cachetes de risa. Por otra parte y gracias al eterno, este lugar es visitado por toda clase de personas, incluyendo aficionados a la medicina, repujado y reggaetton. Me gusta que lo que escribo sea leído por ellos, y no solamente por mis colegas, que suelen alzarse el cuello de la camisa y creer que lo saben todo. Basta recordar el ilustrativo caso del compañero que dijo ser "un espíritu sublime."
De cualquier manera, tras la presentación del disco de Wolken (1) y la fiesta charanguera de anoche, hoy amanecí con ánimos filosóficos. Seré breve. Algunas profesoras de la facultad, bellas ellas y amantes de las artes, despotrican contra la razón racionalista que devalúa la obra de arte (en la medida que la excluye del terreno del conocimiento), hablan de la megalomanía que la Filosofía ha mostrado al querer normar los distintos quehaceres humanos. Sin embargo, esas posturas contra las que argumentan han perdido vigencia, ya nadie sensato las sostiene hoy. Lo cierto es que en la actualidad no son claros los lindes entre la Filosofía (continental) y la literatura.
Asumo que en ciertas obras literarias encontramos contenidos relevantes para la Filosofía, pero creo que de la misma manera que hay campos vedados a esta disciplina, hay otros a los cuales la literatura no puede acceder y en los que deviene disparate, o mera explosión de imágenes. Puede sonar escandaloso, pero piensen ustedes en cierta corriente actual y poética, en la que se introducen términos propios de la tradición filosófica, mismos que se acompañan de extrañas imágenes, dando lugar a articulaciones como el cíclico rumiar del devenir destripado, que se enrosca en el éter del sueño cartesiano. ¿Ah? Será el sereno, pero esta clase de cosas, corrientes en las revistas y gacetas universitarias, me parece despojada de significación.
Quizás algunas pretensiones de flexibilizar la Filosofía y las artes, de hacer más laxos los cánones, han derivado en la pérdida total de éstos, pérdida que nos muestra sus frutos monstruosos, la apertura en la que cualquier decir es filosófico, o cualquier construcción plástica azarosa es digna de exponerse en una galería. Aún no supero el trauma que me produjo la Frida con confeti y huevos estrellados dentro de un nicho.
En favor de la palabra –en acepción que no se limita a la mera emisión o escritura-, la palabra con sentido, me parece que es necesario restablecer, renovar o construir cánones para las artes, así como afirmar la especificidad de la Filosofía frente a otros quehaceres humanos, lo cual, de ninguna manera es impedimento para abordar éstos, articularlos, explicarlos y así dar cuenta de nosotros mismos.

(1) Disco que pueden ustedes adquirir por el módico precio de 40 varos. Interesados hagan favor de escribir a wolkenrock@hotmail.com
domingo, febrero 11, 2007

LA MANDARINA QUE SONRIÓ

Sí están ustedes para saberlo y yo para contarlo: esta semana me llovió en la milpa. A casa llegó el recibo enviado por rapaz compañía telefónica, que me cobraba un servicio especial de la red. En cuanto vi la cifra sentí que mis piernas se doblaban, preciso fue que mi madre me sirviera un té de tila con todo y valeriana. Echando chispas fui a las oficinas correspondientes, a decir que fraudulento era el cargo, pues yo nomás visito la página del Vaticano ¿qué contestó el encargado? Vaya por la sombrita a otra oficina. A las angustias monetarias se sumó una mayor. Por angas, mangas y meneos temí la ruptura de una amistad, fecunda y larga la que más. Con el fin de hallar sustituto, pagué un anuncio en el periódico y realicé un casting, pero no hubo alguien que el ancho diera (sin albur.)
Cabizbaja anduve en la calle y rodante estuve en casa: de la cocina al sillón, del sillón a la cocina y dentro de la cocina abría y cerraba el refrigerador. Ahí ocurrió en hallazgo. De un frío entrepaño saqué el fruto, cuya peculiaridad se afirmaba frente a todos los cítricos antes vistos y degustados: aquella mandarina me sonreía. Cuando la puse en mis manos a duras penas movió la comisura de su labio, que era grieta amarillenta, como quiso Dios que fueran los labios de las mandarinas.
Vi luego que su sonrisa era más clara y también sonreí.

Me dio pesar comerla y opté por colocarla en su anterior sitio, lo cual, vean ustedes, la puso de un feliz que casi rompió en carcajadas.

Creí que aquel acontecimiento marcaba el inicio de una nueva etapa en mi vida, que las relaciones humanas cedían su lugar a la comunicación y el afecto con los vegetales, que en adelante mis penas serían escuchadas con paciencia por pepinos, que bailaría con berenjenas o que al cine iríamos juntas, que en el mejor de los casos mi nueva mejor amiga sería una flor de calabaza. Sin embargo, días después una señorita me atendió de amable modo, gracias a lo cual rapaz compañía telefónica absorbió los cargos millonarios; me reconcilié con quien es mi mejor amiga desde hace once años, salí con mi vecino tropicoso por un café al Ogro, visité a Miguel mi gran amor de adolescencia, planeé un viaje a Guanajuato con muchachita que esto leerá y minutos atrás recibí una serenata vía telefónica. Hasta ahora nadie había escrito una canción para mí. Ronroneo.
Tal vez hay signos que auguran cosas hermosas, como la reunión de las personas que se quieren a pesar de lejanías, o acaso el perdón, que es un encuentro que ríe, como rió la mandarina, con su labio que era grieta amarillenta, como quiso Dios que los labios de las mandarinas fueran.
miércoles, febrero 07, 2007

EL CHUCHUMBÉ. UNA HISTORIA VERÍDICA.


En la esquina está parado
un fraile de la Merced,
con los hábitos alzados
enseñando el chuchumbé.
Son Jarocho



Un día mi tía descubrió que era doncella casadera. Se dijo: ya estoy en edad de merecer e hizo lo propio, es decir, informar que habría casorio. Tras enjugarse las lágrimas, mi madre y las dos tías restantes tramaron una despedida de solteras, pero una de verdad, no mocherías. Mi abuela se apuntó, como quien no quiere la cosa. Yo también fui invitada, puesto que ya había salido de la secundaria, ya tenía dieciséis y además la sede era mi casa.
Que sí, que no, que dónde lo buscamos, que está muy caro. Al final triunfó el bien y un stripper fue contratado. Chicuelo no era, en las orillas de los ojos se adivinaban treintaicinco. Presto entró a mudarse las ropas a la habitación de mi madre, a cambiar el poliéster y el algodón por el cuero negro, el látigo, la boina y a la clienta lo que pida. En ésas andaba cuando timbró el teléfono. Una llamada para mí. Como tías estaban risa y risa en la sala, mi madre dijo contesta en la recámara. Obedecí.
Ay jesusito, de sólo recordar lo ocurrido me sonrojo y persigno, pues una vez colgado el auricular, me pidió el sujeto que le untara un poco de aceite, arguyendo que era necesario para óptimos efectos del show. Obedecí. Primero la espalda, más arriba, más abajo, a un lado al otro, dale dale dale no pierdas el tino; ardientes mis orejas, perdida la calma y el camino dije: basta, me voy. Entonces lo hizo: hacia abajo deslizó su tanga. Por primera vez en mi vida vi un dese. Mareo. Quise abrir la puerta, pero mis manos, temblorosas y llenas de aceite no lograban girar la perilla; entonces, aquel hombre de cascos ligeros, muy amable me ayudó a abrir, no sin antes pedirme que nada dijera. Obedecí.
El show transcurrió en jubilo dionisiaco. Le bailó a mi madre, a mis tías, a sus amigas y a mi abuela, quien dicho sea de paso, no se rehusó a tocarle las esculturales tambochas. Llegó mi turno, su boina me puso y extendió la mano que manazo recibió, pues mis parientas dijeron ella no, no y no porque es una niña. Obedecí. Al fin y al cabo yo le había dado brillo. Al fin y al cabo me bastaba la nueva y perturbadora imagen en mi mente.
domingo, febrero 04, 2007

UNA TRISTEZA SE COLUMPIABA SOBRE LA TELA DE UNA ARAÑA

No había tratado hombre que a mujer golpea. O quizás sí pero sin saberlo. A final de cuentas quien lo hace no lleva colgado un letrero que delate. Si un hombre así me agrediera, créeme, le rebanaría la mano, por decir una parte del cuerpo. Sé que los golpeadores están en las calles, dentro de sus casas, en el transporte público. Los he detestado en su anonimato.
Me contaron que con ella es grosero, pero no creí que pudiera lastimarla más allá del verbo. Una tristeza y un desconcierto yo siento. Es él quien me entristece. En la tarde supe lo ocurrido y me puse a recordar. La casa es grande y llena de rincones y de cosas. Al añadir ciertos artefactos, los sillones se tornaban nuestros coches; por su puerta corrediza, el armario de mi abuelo era vagón de un tren; las sillas del jardín, diestramente colocadas sobre la fuente hacían nuestro barco; una recámara era consultorio, restaurante, casa de espantos, cine y autopista de carreras. También peleamos con puños, tirones y patadas. De cualquier manera, hacíamos las paces para volver al juego, de cualquier manera él es lo más parecido que tengo a un hermano.
Qué acontecimientos tuvieron que hilarse; qué vivencias, temores y amarguras se albergaron a lo largo de los años, para que un niño feliz se convirtiera en adulto que lastima y se lastima. Yo también (me) he hecho daño, aunque en otras formas y circustancias. Por eso entristezco al recordar aquellas hazañas, por eso me pregunto qué fue de nuestros barcos y trenes que viajaban hacia destinos maravillosos.