DEL GOYA GOYA AL GUAYAYAYAY DE MÍ
De ser kantiana líbreme Dios y su ejército de arcángeles, pero cuánta razón tuvo el tal señor Kant al decir que quien quiere el fin quiere los medios, de modo que si alguien no toma los medios, en el fondo no desea el fin. Así como yo, cuando digo que deseo hacer esto y aquello y me quedo sentada papando moscas. Quizá en parte no quiero titularme, sino perpetuar la feliz condición de universitaria. Me dirá usted que podré comenzar la maestría en cuanto tenga el título en mi mano santa, pero saber tal cosa no me consuela, porque la vida de universitario es mucho más que el curso de materias optativas. Echar la chorcha en la cafetería, por ejemplo, es también parte de esa vida, así como tener acceso gratuito a archivos filmográficos, hacia los cuales, como alguien dijo, he desarrollado furor amoroso en estos días. Qué decir de los descuentos en el cine, teatro y conciertos, me hierve el hígado de piedras al pensar que no los he aprovechado. Y los libros, a veces me recomiendan alguno que voy y busco en la biblioteca, generalmente no está, pero no importa, porque andando en los pasillos encuentro otro ejemplar maravilloso.
Me gusta todo ello, tanto como el tiempo libre junto al espejo de agua o en las islas, donde he visto a compañeros poblar noviembre con sus ofrendas; me gustan los verdes cuadrados que están junto a rectoría, donde los mitines, o el paso, a veces moroso otras presuroso, de profesores, turistas, trabajadores, ciclistas, estudiantes; recostados están siempre los amantes y ahí, tendida también, he sentido que pertenezco a ese lugar de hormigueante movimiento, en el cual, desde hace medio siglo se realizan y acontecen las más extraordinarias cosas.