LA TROMPETISTA DE FALOPIO: septiembre 2005



viernes, septiembre 30, 2005

ME GUSTA SER MONTOYA


Los críos me resultaban chocantes. Siempre llorando como puercos que devendrán en carnitas, con los mocos de fuera y las manos sucias de vaya a saber qué materia pegajosa. No obstante, sea que me estoy poniendo vieja o que grande es el cariño, el caso es que la convivencia con mis primos preescolares me hace cada vez más feliz.
A veces creo que mi segundo nombre no debió ser “Jazmín” sino “neurosis”, pues el ruido del chicle al ser mascado, un crujir de palomitas, el bronco aspirar de las fosas nasales y hasta el reír de los adolescentes, hacen que me represente fantasías homicidas. Sin embargo, basta llegar a casa de mis abuelos para sufrir notable cambio en el ánimo. Juego escondidillas, contemplo el nuevo pez educado por mi prima de seis años mientras me informa las extrañas costumbres de tal ser, libro combates armada con un cojín, cargo tremendo conejo mientras le canto “a la ro ro niño” nomás pa’que mis mocosas parientas se desternillen de risa, dejo que me piquen las costillas, me llevo a un infante en brazos para fingir que sin piedad lo arrojaré a la fuente, hago de hija de una señora que me llega al ombligo y reparto exhaustivas tandas de cosquillas.
No cabe duda. Soy la prima Montoya que - feliz la que más - corre en el patio tras un par de pillos.
martes, septiembre 27, 2005

EL MITO DE IZANAMI E IZANAGI O ¡A CALLAR!

Lo mismo que a ti, a menudo me son encomendadas ciertas tareas, tales como: preparar un té de doce flores a mi madre, prestar apuntes tomados en clase, escribir un ensayo en torno a Paracelso, dirigir y doblar la punta del florete en movimientos continuos, acompañar a María hasta el columpio o picar un poco de apio. Afortunadamente, hasta la fecha nadie me he solicitado la creación de islas, cordilleras o volcanes; ya porque mis gustos son malsanos, ya porque carezco de poderes mágicos. Sin embargo, tal no fue el caso de Izanami e Izanagi.
En los tiempos del caos, a esta pareja le fue entregada la Lanza Celestial Enjoyada y con ella la faena de originar sólida tierra. Una vez encima del arcoiris, Izanami e Izanagi introdujeron la punta de su lanza en la primitiva mezcla de mar y arena; al sacarla dejaron caer una gota de agua que devino Onokoro, la primera Isla de Japón. En tal sitio, no solamente construyeron su palacio, sino que tuvo lugar un acontecimiento más feliz e idílico. Figúrate que nuestro par de divinidades se encontraba conversando, cuando súbitamente Izanami se percató de algo: o bien a su cuerpo le faltaba una parte, o bien Izanagi tenía materia de más. Hasta aquí, el mito parece decirnos que desde tiempos remotos, es la mujer quien esconde la duda rijosa y con ella las rijosas intenciones.
Además de revelar la diferencia con respecto de sus cuerpos, la deidad femenina dijo un piropo a su compañero, con lo cual sobrevino lo que sobrevino; para decirlo de un modo bíblico: Izanami conoció a Izanagi, la una al otro y el otro a la una. De esta unión nació una horrible sanguijuela, culpa de la diosa oriental por hablar antes que el varón, por ser ella y no él quien propició los dares y tomares. Ya en un tercer encuentro, la divinidad masculina comenzó el cortejo adulando a la mujer y sólo así pudieron engendrar algunos elementos, el Dios del Fuego y otras cosas sublimes.
Lectora: nos encontramos en una disyuntiva. Podemos - como dicen las abuelitas - “darnos nuestro lugar”; o en su defecto seguir el ejemplo de Izanami, esto es: hablar, decir, lanzar la flor, sin temor de dar a luz a un ornitorrinco, una verdolaga o un gusanito medidor.
viernes, septiembre 23, 2005

DE AMOR Y FILOSOFÍA

Puche la dedicatoria porque no pude subrayar el link

Dices que el filósofo se ofrece a sí mismo como señuelo, que con su palabra despierta en otro el amor virtuoso. Dices también que ese otro, el que escucha dejándose arrebatar, el discípulo, puede consagrarse al amor por lo más alto, sin amar realmente a quien lo ha iniciado en bellas materias. He ahí la tragedia del filósofo. No parece ser ésta una cuestión menuda.
Lo divino ha de revelarse en un lienzo, en una pluma, en un cuerpo o en la palabra hablada; de ahí que el discípulo a menudo se arroje a la búsqueda de la unidad de todo aquello, prescindiendo de la particularidad de un maestro. Sin embargo, la poesía, el fútbol (olvídalo, el fútbol no), el arte de la dialéctica y la retórica, lo mágico, las andanzas caballerescas y el amor en su más vasto sentido, integran a este hombre sin poder disociarse de él; por ello me atrevo a decir que no obstante lo sagrado prescinda del filósofo, el filósofo está sustancialmente constituido por lo sagrado.
Puede el amante amar lo divino sin amar a su iniciador, o puede amar lo divino y lo profano que hay dentro de él. Dejemos a los hados hacer su labor.
lunes, septiembre 19, 2005

DE APACHES, MALINCHES Y PETATUDOS

“¡Ay mamá, me aprieta este señor!
¡Ay mamá, qué repegada estoy!
¡Siento ya morir de la emoción!
¡Échale un cinco al piano
y que siga el vacilón!”
Canción popular


Yo digo que soy entrona aunque algunos de mis parientes lo desdigan. Al terminar los bailes y las declamaciones patrióticas, vi a varios paisanos guarecerse tras las rejas que rodean el zócalo. Como yo ignoraba la naturaleza del espectáculo que habría de presenciar, permanecí al lado de mis primos, esto es: en plena calle, junto a la banda del pueblo y el puesto cervecero. Petate al hombro, sombrero puesto y machete en mano, entraron unos tipos nombrados por la tradición como “petatudos”. La función anual de estos señores consiste en representar un combate contra las tropas españolas, integradas en su totalidad por los espectadores.
Que los petatudos blandieran sus armas y tirasen machetazos al aire, era razón suficiente para salir corriendo; sin embargo, también llevaban consigo cañones, cohetes, cohetones y una suerte de estruendosos artefactos llamados “bazucas”. Acometieron contra el público, de modo que la calle se tornó un carnaval de gritos y estallidos y risas y coloridas centellas. Pero vean ustedes que un espectáculo así sólo se percibe a medias, puesto que no se puede estar en plena algarabía sin cubrirse los ojos, la nariz y los oídos; a menos que uno sienta vivamente el personaje que representa, a tal grado que heroicamente soslaye el riesgo de quedarse sordo, tuerto o malanco.
Tras los petatudos apareció un toro pirotécnico y luego otro hasta que sumaron un total de quince, de esos vestidos de luces, luces que giran y relampaguean y son arrojadas. Al verlos, Brenda y yo huimos tras la cerca, pero los toros de fuego se asomaban, entraban y ahí te quiero ver. Corrimos ora tras el árbol, ora tras el kiosco, ora tras el puesto de fritangas y así. Es una lástima haber vuelto ayer a la ciudad, pues en caso de quedarme un día más en el pueblo de mi bisabuela, con todo gusto hubiese formado parte de la lucha entre los apaches, la malinche y los españoles. Qué velas prenden en ese entierro la malinche, los apaches o el tío Lucas, vaya a saber; así es esto de las tradiciones surrealistas.
Cantarines de chilenas, bailadores sin par, esos son mis primos. Qué bien se siente brindar con ellos fuera de una miscelánea y luego huir de toros multicolores, de petatudos señores y de cualquier otro personaje igualmente imposible.

jueves, septiembre 15, 2005

EXPERIENCIA ESTÉTICA Y VIOLENCIA SANGUINARIA

El periódico, los noticiarios y las anécdotas cotidianas dan cuenta de los más cruentos actos. Guerra, secuestro, lapidación, tortura. Por más que se pretenda soslayar la barbarie en la que estamos inmersos, resulta imposible no ser afectado por alguna de esas imágenes de sangre y de muerte. Cuán lejanos parecen los agentes y ejecutores de tales crímenes, puesto que la mayoría de nosotros es incapaz de infligir dolor a otro, inclusive si ese otro anda en cuatro patas o agita un par de menudas y trémulas antenas. Infligir dolor corporal a un ser humano, es ya mucho decir con respecto de nuestras intenciones.
Sin embargo, parte de las artes (gráficas, narrativas y la mezcla de éstas que es el cine) ofrece una experiencia completamente distinta. No es otro quien empuña una katana, quien con mirada espasmódica detona en puños y mordidas y patadas, quien jala el gatillo, quien se regocija al contemplar su víctima, tendida boca arriba, con la mirada yerta y palidez de lirio. Al menos no parece ser otro, sino uno mismo, que como espectador no mantiene una distancia crítica frente a la sanguinaria obra de arte, sino que se deja arrastrar hasta sumergirse y formar parte de ella.
No sigamos el ejemplo de Platón, quien predicando inmoralidad del artista, optó por desterrarlo de la República Ideal. No exijamos moralidad a la obra de arte en un mundo desbordante de cólera y de muerte. Mejor, agucemos el ojo para distinguir lo bello dentro lo grotesco; seamos en la ficción aquello que no somos en acto. Reconozcamos al Mr. Hyde que llevamos dentro.
martes, septiembre 13, 2005

AL BUEN ENTENDEDOR NI UNA PALABRA

Les digo que sé la respuesta, que leí ese texto una y otra vez hasta que mi cerebro se puso de luto. Les digo que quiero levantar la mano, que estoy a punto de hacerlo; sin embargo, mis extremidades se paralizan al tiempo que sobreviene el vértigo y la náusea. No cabe duda: sufro pánico escénico. Evaluemos dos posibles soluciones al respecto.
El recurso de la manga mimética.
Puedo pedirle a un compañero que se siente a lado mío, y que use una manga con el mismo estampado que mi suéter. Cuando me encuentre tentada a participar, el mentado compañero alzará el brazo y luego lo esconderá de inmediato. El profesor, confundido, me dirá: “usted, la del suéter a rayas, me pareció verla pedir la palabra, diga pues.” Entonces, no me quedará más remedio que hablar como Dios manda.
El proceso gradual sabiamente sugerido por mi madre.
Hay sujetos que superan sus fobias mediante un acercamiento gradual al objeto de su afección. Por ejemplo, aquel que teme a los sapos, a las langostas o a otro ser igualmente feo, comienza observándolo a través de una pecera. Días después introduce tímidamente el meñique en tal recipiente, hasta sentir una verruga o la comba de una coraza. Posteriormente, el sujeto afectado logra palmear la espalda del sapo o dejarse prensar la muñeca por un par de tenazas; así, seguirá acercándose al bicho hasta que ambos entablen una amistad.
Análogamente, puedo levantar la mano en clase durante medio segundo, de tal suerte que el profesor no repare en ello. Al día siguiente, me limitaré a decir: “pienso exactamente lo mismo que el compañero que acaba de participar”. La próxima ocasión estaré emocionalmente preparada para citar así: “bien lo dijo Heráclito: los bueyes son felices cuando encuentran arvejas que comer.” Llegada la hora, he de esgrimir un argumento y luego mostrarlo. Hablaré, no bellamente como Sócrates lo hacía, pero al menos con coherencia y sin sufrir un desmayo.
sábado, septiembre 10, 2005

FOR NO ONE

“Tú lo quisieras vuelto un alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.”
Gabriela Mistral

Estudiaré cada línea, cada borde y cada una de las palabras por ti proferidas. Leerás en voz alta y yo estaré ahí, dejándome embriagar y seducir y estremecer. Algunas veces creeré lo que dices, otras tantas desearé tornar tu discurso en añicos. De cualquier manera todo eso no lo sabrás, pues aunque me ensarte la duda, horizontal y punzante; aunque quiera emerger la palabra en forma de mirlo, de vid o de espada, yo, me confinaré en un silencio de muerte. Seré páramo. Seré campo santo.
Pero llegará el día en que pueda mostrarme, no en tus términos sino en los míos. Entonces he de torcer las palabras, hacerlas girar y entreverarse hasta que se inflamen y crepiten; haré con la pluma acrobacia y convulsas rabietas. Dejaré que me veas poco a poco, que en la oscuridad distingas un contorno, un murmullo, una esquina alada. Y quizá después de ello nos encontremos frente a frente, en un espejo de furiosas aguas.

martes, septiembre 06, 2005

NOMÁS CON LUIS HE DE CASARME

Si quieres ser feliz
mete un dedo a la nariz,
si quieres ser otro poco
mete el otro y saca un moco...


Qué diablos haría en caso de matrimoniarme con un cartesiano. Si yo le hablase de amor, él dudaría que tales palabras reflejaran mis sentimientos, es más: dudaría que tengo sentimientos, y ya en el colmo de la duda metódica dudaría de mi existencia y de la suya también, de modo que pasaríamos nuestras vidas como un par de lechugas. Podría casarme con un escolástico ¡pucha digo! Con un hombre así no cabalgaría como descosida, sino que nos limitaríamos a cabalgar en el justo medio. Quizá deba ir al altar con un actor posmoderno, nanay, no me gustaría que mi sala se convirtiera en un escenario de teatro experimental. Ni filósofos, ni actores posmodernos han de obtener mi dote.
Acaso lo mejor sería mudarme con un carpintero medieval. Ptuaj, tuve un novio de esos y cepillar la madera me sacó lágrimas de aburrimiento. Un dibujante parece buena opción, pero seguramente de los muros penderían desnudos de sus ex novias, lo cual me tornaría en Medea, de tal suerte que sin piedad asesinaría peces, jarrones, retratos y hasta al concubino en cuestión. Debo quizá decidirme por un literato, pero no, no debo, porque si bien me regodeo al escuchar cuentos y sonetos, también me da por rumbear y es un hecho que por cuestiones gremiales, el literato no rumbea ni en defensa propia. Sin lugar a duda, no he de casarme con un carpintero, tampoco con un dibujante y mucho menos con un literato.
Mi decisión es irrevocable: celebraré nupcias con Luis. Pero no con cualquier hijo de vecina que lleve tal nombre. He de casarme con aquel Luis, maestro de la ronda, la guitarra , la comedia y la escatología. Ese argentino que suele plantear acertijos y gritar “¡qué público de porquería!” cuando alguien atina a resolverlos. Juglar, cantor del moco, me ha doblado de risa, ha despertado mi gerontofilia y mis edípicas inclinaciones, Luis Pescetti, amor mío. Sólo con él habrá casorio.