Me quisiera comer un panecillo
con azúcar y canela muy caliente,
me quisiera arrancar hasta los dientes
tan sólo por tu amor.
Oscar Chávez
Si recibo un regalo, ansiosa lo abro. Rompo la envoltura. De ser necesario con los dientes arranco la cinta adhesiva, es más: a veces hasta el moño me como. No se diga cuando en casa hay litro de helado. Temerosa de un empacho prometo ingerir nomás un cuarto, ay de mí, mujer sin voluntad, pues en cuestión de horas el contenido remato. Y cómo el dinero me pica las manos, en mi chamba dominguera más tardo en recibir el billullo que en ir a gastarlo. No lo dudo: avidez crónica sufro, renuencia a la dosificación y la espera. Vivir así no me molesta, al menos mientras baste estirarme para alcanzar el objeto en turno. En cambio, detesto que la satisfacción del propio deseo de mí no dependa.
Mis intenciones ignora, no repara en que lo miro con ojos pizpiretos. Me pregunto qué hacer pero no llego a buen puerto, hay que esperar, pienso, ya caerá, Pablo dice que donde pongo el ojo pongo la bala, qué imaginaciones, ocurre nada, fumo, tal vez mañana, qué ansias locas, puro guarumo, duplican su duración las horas, desespero, con el pasar de los días crecen deseos. Santo Cristo de las ampollas,* qué delicioso es mi tormento.
*Frase plagiada al Gran Fornicador.
Nota final: quería escribir esto más tarde, pero no pude esperar.