Cuando deseo a alguien convidar a una reunión de los Tapia, delibero largo tiempo, pues temo que mi invitado adquiera un apodo que lo acompañe hasta el epitafio, como será el caso de la Pelos, esa velluda señora que al escuchar piezas que se bailan en soltura, corría a apergollarse de mi tío C para bailar de cachetito; hoy es tradición que si un integrante familiar se pone meloso con su pareja, algún otro grita "ora, ora, ya te pareces a la Pelos."
No creas que los motes y otras formas burlescas son exclusivas para invitados. En casa de los Tapia se hacen correas con todos los cueros. Excesos, errores, defectos, inclinaciones, todo es materia de mofa para mi familia. Los abultados labios le costaron a tía P el mote "Plecos," en referencia al
plecostomus. Qué decir de tío T, pues cuando le dio parálisis facial, mis parientas decían "es flojo nomás de un lado." Y unos vecinos debido a sus ojos pequeños y prominente mandíbula fueron llamados "los jurásicos." Figúrate que cuando mi tío D cuenta una de sus vivencias, trío de tías que nada cree entona la melodía de
Misión imposible. Tremendo abuelo no conoce la cordura, de modo que a Margarita, mi abuela, nombró "Nalgarita;" mas no creas que a sí mismo se deja en paz, pues dice que tantas arrugas tiene que se atornilla el sombrero y se limpia la cara con palillos.
En la guasa a mi madre no aventajó ser primogénita. Al contrario. Afirman que fresa quiso ser y sólo llegó a mermelada, de donde proviene el alias " señora Merme." Cuando anunció que se casaría con el moreno de mi padre, qué vacile, pues decían que a esta dama le gustan los colores serios y le cantaban un merengue "mami, yo me acuesto tranquila, me arropo pies cabeza y el negro me destapa, ay mamá ¿qué será lo que quiere el negro? " Pedro Tapia, mi abuelo, sabía lo que el negro quería, por eso auguró que de aquel matrimonio un pingüino habría de nacer, crío con negra espalda y pechera blanca. Y nací café con leche. Desde entonces he vivido en medio de la broma, ora poniendo apodos, ora escuchando los propios, que si están preocupados porque pasaron cinco minutos sin que yo comiera algo, que la cabaña del tío chueco parece construida por mi ex novio carpintero, que si tengo las piernas huecas porque como y no engordo, que si nomás paso la escoba por donde ve mi suegra. No me enojo. Estoy acostumbrada, tanto que con primos y amigos practico este cariño apache y viperino.