Mi cumpleaños lo pasé en la playa, acompañada de diez primos, los mismos que estuvieron conmigo casi a todas horas. Hubo abrazos, chismes, ajedrez, reconciliaciones, mucha risa, regalos e historias fabulosas. Mas no todo fue miel sobre hojuelas, me corté un dedo picando cebolla, lavé por fuera y por dentro tremendo pescadón, me bañé bajo la mirada de tres o cuatro arañas patonas en cada esquina, los moscos dejaron mis piernas pintas de ronchas y casi me cuezo la boca al cumplir el castigo de morder un chile habanero. No siendo bastante, duro y dale estuvieron con que rentáramos una película de sustos, misma que amorosamente elegí: el exorcista. Pero en vez de escuchar los ay nanita que esperaba, no hubo más que comentarios del tipo: ¡jah sssssu mmmmecha! Parece que esa chamaca comió ehpinacah, seguidos, claro está, de irrespetuosas risotadas.
Ciertamente vi a mi primo Candelario un par de veces. La primera conocí a su esposa y a su recién nacida, que con justicia debieron llamar Candelaria, por ser toda cejas y ojos bonitos. En la última, cuando nos despedimos, vino lo bueno. Me dijo que se casó por mi culpa ¡jah ssssssu mmmmecha! Eso sí que no pero él terco que sí, pues asegún creyó que casándose me olvidaría. Dijo que tres años atrás desaba venirse a buscar suerte en la capital para luego celebrar nuestro casorio; que en el último de los casos, ante la segura desaprobación familiar, nos hubiéramos ido a vivir juntos a un estado en el que nadie nos conociera. Sin importarle su condición de matrimoniado remató con un quihubo quihubo cuándo. Y yo con la boca abierta y las pupilas grandes como platos, repasando las ochenta razones por las cuales no me casaría y las doscientas por las cuales si lo hiciera (casarme) no sería con un ranchero.
Trabajen o estudien, casi todos mis primos son pobres pero contentos. A veces creo que me gustaría vivir como ellos. Ya sabes, enamorarme de algún costeño, mudarme con él sin preocuparme demasiado por la economía, tortear la masa, ver las telenovelas, llenarme de hijos y ponerme gorda y chapeada. Pero sé que más tardaría en vaciar la maleta que en tomar el autobús de vuelta a la ciudad, por eso es mi utopía. Mis planes: tarde o temprano comprar un terreno en Agua Dulce y construir una casa pequeña, para pasar las vacaciones cerca de mis primos, entre iguanas, frutos insólitos, palmeras, música sabrosona y toda esa comida que en otro lado nunca sabe tan bien.
