Hay cosas que nomás no puedo creer. No creo, como hacen los budistas, que los seres renacemos continuamente en distintos reinos ontológicos. Esto me parece igualmente inconstatable que la idea del cielo, el infierno o el Olimpo; tengo las mismas razones para creer o no creer en cualquiera de esas cosas. Lo que sí comparto con el budismo son ciertas ideas éticas, por ejemplo: que todos los seres con mente (animales) buscamos la felicidad, lo cual explica que los grillos, las ranas, moscas, medusas, caballos, orugas, jirafas, ornitorrincos, catarinas, macacos, belugas y azotadores se procuren alimento, casa y se alejen del dolor. Por nuestra parte, los animales humanos, como es por todos sabido, somos idiotas, de modo que confundimos la felicidad con las cosas, el poder, etcétera.
No sé ustedes, pero yo he lastimado docenas de bichos, debido a la aversión que me despertaron. Pobres arañas, pobres ciempiés, seguramente entraron a mi cuarto buscando qué comer, dónde vivir y de repente, tómenla patones, les solté el chanclazo; peor les fue a las arañas patonas, mismas que durante años fumigué (por no decir: ahogué) con líquido matabichos. También participé indirectamente en la matanza de crustáceos, pues una ocasión, en Veracruz, les dije a unos primos más chicos que me gusta coleccionar conchas; y a ellos “se les hizo fácil” juntar varios cangrejos ermitaños, echarles agua caliente para matarlos y que sus casas formaran parte de mi colección. Con el deseo de compensar estas pérdidas crustáceas, ahora cuido dos cangrejos ermitaños: Matilde y Jeremías. Y pronto adoptaré más.
He aquí a Billy, cangrejo oriundo de Costa Esmeralda, Veracruz, donde esperamos que siga viviendo feliz.Etiquetas: anécdotas, bichos, Filosofía con sabor