A la alumna que siempre quiere aprender cosas y que interrumpió mi otra clase al pararse en la puerta y hacerme la señal metalera.
Pueden decirse cosas negativas sobre mí, pero no que me falta enjundia y empeño en mi chamba. No dudo, por ejemplo, dar más tiempo del obligatorio, madrugo, procuro tratarlos como universitarios o sentar las bases para poder tratarlos así más adelante, explico el sentido de que corrijan ciertas cosas, busco otras estrategias si alguna no funciona, planeo la proyección de películas, incluyo los temas y dinámicas que proponen. Y el fin de todo esto ha sido que aprendan de un modo ameno, crítico y lo más libre que la institución permita.
En algún sentido, la vida es como To sir with love, Sister act 2, Freedom Writers y esa otra en la que salía Michel Pfeiffer con unos pupilos cambujos; digo esto, porque del mismo modo que un guajolote ataca cualquier objeto rojo en movimiento, hay alumnos que atacan sin clemencia casi cualquier figura de autoridad. Sin embargo, en otro sentido, créanme, la vida no siempre es como Sister act 2. Hay grupos en en los que se pueden ver cambios grandes y positivos; pero en otros casos, tiene más fuerza la ideología jackass y la resistencia a madurar, que el empeño de un profesor; así, no siempre ocurre que los adolescentes que son un desastre recapaciten y cambien, como en aquellas películas donde todos acaban bailando en abrazo grupal.
Por todo esto, es necesario reconocer los límites que uno tiene como docente. Eso y quizá en algún caso extremo, poner una bomba pedorra en el salón y cerrar la puerta con llave; una amiga asegura que tal fue la estrategia efectiva que su profesor de Filosofía aplicó en la preparatoria.

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