En la esquina está parado
un fraile de la Merced,
con los hábitos alzados
enseñando el chuchumbé.
Son Jarocho
Un día mi tía descubrió que era doncella casadera. Se dijo: ya estoy en edad de merecer e hizo lo propio, es decir, informar que habría casorio. Tras enjugarse las lágrimas, mi madre y las dos tías restantes tramaron una despedida de solteras, pero una de verdad, no mocherías. Mi abuela se apuntó, como quien no quiere la cosa. Yo también fui invitada, puesto que ya había salido de la secundaria, ya tenía dieciséis y además la sede era mi casa.
Que sí, que no, que dónde lo buscamos, que está muy caro. Al final triunfó el bien y un stripper fue contratado. Chicuelo no era, en las orillas de los ojos se adivinaban treintaicinco. Presto entró a mudarse las ropas a la habitación de mi madre, a cambiar el poliéster y el algodón por el cuero negro, el látigo, la boina y a la clienta lo que pida. En ésas andaba cuando timbró el teléfono. Una llamada para mí. Como tías estaban risa y risa en la sala, mi madre dijo contesta en la recámara. Obedecí.
Ay jesusito, de sólo recordar lo ocurrido me sonrojo y persigno, pues una vez colgado el auricular, me pidió el sujeto que le untara un poco de aceite, arguyendo que era necesario para óptimos efectos del show. Obedecí. Primero la espalda, más arriba, más abajo, a un lado al otro, dale dale dale no pierdas el tino; ardientes mis orejas, perdida la calma y el camino dije: basta, me voy. Entonces lo hizo: hacia abajo deslizó su tanga. Por primera vez en mi vida vi un dese. Mareo. Quise abrir la puerta, pero mis manos, temblorosas y llenas de aceite no lograban girar la perilla; entonces, aquel hombre de cascos ligeros, muy amable me ayudó a abrir, no sin antes pedirme que nada dijera. Obedecí.
El show transcurrió en jubilo dionisiaco. Le bailó a mi madre, a mis tías, a sus amigas y a mi abuela, quien dicho sea de paso, no se rehusó a tocarle las esculturales tambochas. Llegó mi turno, su boina me puso y extendió la mano que manazo recibió, pues mis parientas dijeron ella no, no y no porque es una niña. Obedecí. Al fin y al cabo yo le había dado brillo. Al fin y al cabo me bastaba la nueva y perturbadora imagen en mi mente.