Me choca no poder escribir todo lo que quiero en mi espacio; como quien dice, soy víctima de la autocensura. Esto se debe a que no sólo me visitan mis tías (a quienes ya he preocupado en otras ocasiones), sino también algunas amigas de mi jefatura y tal vez en el futuro lo harán mis alumnos y por eso me siento obligada a escribir puras cosas monas y nada escandalosas. De cualquier modo, ya me fastidió autocensurarme, así que ahí les va el post de la confesión, qué más da si mi familia ya lo sabe y muchos de ustedes también.
Les cuento que a mí siempre me han gustado los chamacones; de hecho, una de mis primeras frases fue “gusta Gabiel,” quien por cierto me llevaba diez años. Recuerdo los nombres de todos los niños que me gustaron en la primaria, y recuerdo que muchos de mis momentos felices en la secundaria los pasé con mi mejor amigo, aquel del only you can do make the darkness bright. Ya en la preparatoria y en la universidad tuve dos novios a los que amé con delirio y obstinación. Además, en los períodos de soltería me fascinaron los nenorros que mostraban lo que socialmente es signo de virilidad: piel peluda, dureza en los bíceps, galantería, fuerza bruta e incluso la habilidad de montar un caballo.
Como pueden ver, mi historial amoroso ha sido heterosexual; sin embargo, por distintos azares y motivos llevo ocho meses con una novia. Sí, como lo leen. No sólo eso, sino que además me enamoré de ella. Así, he experimentado cosas nuevas y hermosas y he sido feliz, pero también he comprendido los padecimientos de mis amigos y exnovios. Ahora sé cómo se sienten las frases del tipo: “disculpa que esté distante, deben ser mis hormonas,” “reconquístame,” “ven vete ven vete ven no sí no sí no.” También sé cómo se sienten las palabras estilo Lupita Dalessio, tras ellas el teléfono descolgado durante horas y uno marcando con desesperación ¿Y saben qué? Me parecería gracioso si no fuera yo quien lo vive; pero estoy segura que en unos años me reiré de esto. Mientras tanto no sé si me afirmo aquí o me reivindico allá y sólo quiero ser feliz como aquel personaje que se enamoró de un ornitorrinco
y viajó dentro de la caja de un violín. 
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