
A Silvia, aficionada a las zarandajas filosóficas y literarias.
I
Dicen que de vez en cuando mi discurso se antoja oscuro, que mejor sería agotarme en lo trivial, dejando las zarandajas metafísicas y literarias para un estrado. Me piden que rebuzne y rebuznaré cuando mi ánimo así lo disponga. Mientras tanto no he de escribir que la playa es horrenda y mezquinos los poetas, tampoco he de fingir que el folklor, la Filosofía y el amor me son ajenos. Déjeme, lector, hablar de mis asuntos y si éstos le disgustan, cúbrase los ojos entonces.
II
“LAS RELACIONES PELIGROSAS:
FILOSOFÍA Y LITERATURA
... ES LA HISTORIA DE UN AMOR COMO NO HAY OTRO IGUAL.”
Tal fue el nombre del coloquio celebrado la semana pasada, cuya organización estuvo a cargo del trío lésbico - nietzscheano que impera en la Facultad. Mi alma, hubo de todo: besos, bostezos, galletas y sombrerazos.
Se habló de Hesíodo y de Homero, de la palabra primera como sagrada y poética; de Borges, de Camus, de Lispector y de Foucault; de Zambrano y del destierro platónico a los poetas; se proyectaron imágenes de Sophie Calle, de figurines filiformes y hasta escuché una cita de Chesterton, mi escritor favorito. Sin embargo, la ponencia que más fascinante me pareció fue la de Aurora Pimentel, quien evocó un pasaje contenido en la obra póstuma de Proust, sí, aquel en que la magdalena, remojada en té de tila, lo remonta ahí donde el pueblo de su infancia, con sus calles y sus muros, con sus iglesias y sus casas pequeñas y su gente buena.
La palabra que es conjuro, que al nombrar invoca; la experiencia del éxtasis, el dolor, la locura, el olvido. Y yo, que no me cansaba de tanto aplaudir.
III
Puesto que me gusta la mala vida, pronto le invitaré una chamoyada a la más tiránica integrante del trío gobernador. Ello, con la intención de pedirle que sea mi asesora de tesis.